Piensa en algún viaje maravilloso, repleto de momentos mágicos y lugares especiales. ¿A dónde ha volado tu memoria? La mía ha cruzado el charco hasta mi luna de miel en Nueva York y el brunch que disfrutamos un domingo de septiembre en The Loeb Boathouse de Central Park.
¿Te apetece saborear desde la distancia los huevos benedictine por excelencia?
Quizá sólo con leer su nombre sepas perfectamente de qué restaurante te hablo o quizá no, pero no dudes de que alguna vez has visto este lugar. Es un escenario recurrente en películas y series de televisión y no me extraña en absoluto.
Un precioso bar de madera con una enorme terraza cubierta sobre el lago de Central Park. Los camareros más profesionales que he visto en toda mi vida. Vajilla maravillosa. Cubertería reluciente. Juegos de café de plata. Manteles blancos, música suave y el brunch más delicioso de la ciudad. Los huevos benedictine por antonomasia.
De hecho, se me quedó una cara de tonta importarte, más que nada porque la noche anterior habíamos pagado lo mismo por unas gambas del Bubba Gump, en Times Square. En ambos restaurantes, sin comparación posible, pagamos 80 dólares por comer dos personas. Pásalo a euros y piensa en algún restaurarte español de semejante nivel y fama que te dé de comer por ese precio. A mi no se me ocurre ninguno.
Esta es la vista del Loeb Boathouse desde el otro lado del lago. ¿Empieza a sonarte de algo el lugar? Si eres fan (como yo) de Sexo en Nueva York,
recordarás una escena en la que Big y Carrie quedan después de una de tantas rupturas y terminan cayendo los dos al lago.
Aunque el que se deleitó a gusto con este restaurante como escenario fue el director de '27 vestidos' No me extraña.
Al margen de sus apariciones en el celuloide y su exquisita decoración y entorno, el brunch es perfecto.
Zumos o el clasico Bloddy Mary (siempre después de las 12 del mediodía porque antes no está permitido servir alcohol). Bagels de salmón ahumado con queso de untar. Una cesta de panes y bollería con mantequilla, un poco de ensalada o vegetales al vapor y, por supuesto, unos huevos benedictine con mayúsculas.
Escalfados, cubiertos con una deliciosa salsa holandesa recién hecha y un toque de trufa rallada que los distingue del resto.
Terminamos el brunch con la taza de café más larga del mundo. Fue uno de esos ratos que recordaremos siempre. Mucho más que cualquiera de las visitas turísticas por la ciudad. Te lo recomiendo si tienes la suerte de viajar próximamente a la gran manzana.
Yo, mientras tanto, sigo intentando reproducir esos huevos y esa salsa en mi modesta cocina, aunque no tenga ni lago, ni camareros con pajarita.
Aaaaaaaaargggg!!!! Pero qué os pasa hoy??? Todas dándome envidia de vuestro viaje de novios a NY!!!! Y yo no pude ir!! Y es mi sueñooooo!!!!! :(
ResponderEliminarBuuuuahhhhh!!!! :(
jajaja!!!! Bromas a parte, que bonito el lugar... seguiré soñando en poder ir algun día, que digo yo que algun día, me llegará!
Besitos corazón!!
Claro que sí!! Algún día lo conseguirás y te encantará. Besos!!
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